Lucy era una chica de 19 años, de buen corazón y claras metas. Ella soñaba con un gran futuro, ayudar a sus padres y educar a sus hermanitos.
Un día de tantos, en los que el sol sale más brillante, y las aves cantan su melodía, Lucy salió directo a su trabajo, cuando de pronto lo vio, en la calle que ella siempre pizaba, un chico alto, bien parecido, con la sonrisa más encantadora del mundo, bueno, eso decía Lucy con tanta emoción a su mejor amiga cada vez que podía.
Los días, si antes eran bellos, ahora describirlos era imposible para Lucy, su sonrisa no se borraba de su rostro, y veía su celular cada 30 segundos, esperando un mensaje o llamada de su amado.
Su madre la veía tan feliz, y emocionada también le preguntaba por su nuevo yerno.
Parecía que todo estaba bien, hasta que Tobías, aquel muchacho a quien tantas veces Lucy había despreciado volvió a aparecer en su vida.
Joel, el novio de Lucy, le pedía que tuviera mucho cuidado, la razón sólo él la sabía.
Tobías esperaba a Lucy todos los días, y con mirada maléfica, la veía cruzar la calle.
Una de tantas veces, Lucy se vio en la necesidad de salir tarde de su trabajo, asustada caminó hacia la parada en busca de un taxi, cuando de pronto alguien empezó a acercarse, con sospecha y temor Lucy se alejó, y cuando se dio cuenta; era Tobías quien se dirigía a ella, se calmó y le comentó entre risas el susto que le había dado.
Tobías no se veía tan feliz, con seriedad y de forma directa le dijo con tono fuerte: “tus brazos son para abrazarme, tus ojos para verme y tu boca para besarme”, Lucy quedó paralizada, y le dijo preocupada: “Tobías, yo no te amo”.
Fueron palabras suficientes, para que con gran ira Tobías sacara un largo cuchillo de atrás y lo pasara por su cuello hasta quitarle la cabeza, gritando al mismo tiempo: “tus besos son míos”. Luego levantó de nuevo el cuchillo goteando de sangre, y al gritar: “tus brazos también”, cortó su brazo derecho.
Los gritos de Lucy no fueron suficientes para que alguien la auxiliara.
Al siguiente día, los bomberos y policías rodeaban la esquina, por la radio de la patrulla se escuchaba: “no ha sido identificada, pero no hemos encontrado la cabeza”.
Joel al dirigirse a su trabajo observó la multitud, se tropezó, y casi en el suelo volteó a ver con qué había tropezado. “¡¡¡NOOOO!!!”; fue el grito que escucharon las autoridades, y al voltear, vieron a Joel hincado y gritando “Lucy, ¿por qué?”.
Los vecinos lo auxiliaron, mientras Joel gritaba “¡¡¡Él también quería sus besos!!!”, y abrazando la cabeza de Lucy quedó tendido sobre el asfalto.
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